El 2021 fue un año de transformaciones radicales para todo el país. Si bien en 2019 El Salvador había roto el bipartidismo con la victoria sin precedentes de Nayib Bukele, los siguientes meses del Ejecutivo se volvieron complejos por la falta de apoyo desde la vieja Asamblea, que volvió como misión personal el bloqueo al presidente y, con ello, a cada proyecto en beneficio de la población, incluyendo las necesidades surgidas a raíz de la pandemia, esa que consideraban “una simple gripe”.
Pero los salvadoreños tienen memoria, y así como el 3F le dio la espalda a la política rancia, el 28F tuvo la segunda oportunidad de enterrar de forma casi irreversible al matrimonio consumado entre ARENA y el FMLN. Y no la desaprovecharon.
Más de 1.7 millones de votos, 56 diputados y 152 alcaldías fueron la prueba contundente de que El Salvador estaba listo para dar paso a las Nuevas Ideas y extinguir a una especie de políticos que se había perpetuado en el poder a base de sangre, engaño, robo, pactos oscuros y muchos, pero muchos maletines negros.
El 28F, el pueblo decidió acabar con la asignación de fondos para alcaldes corruptos, se detuvo el saqueo de las arcas del Estado mientras el país se desangraba y hundía en la miseria, se terminó el pacto con jueces sin escrúpulos para liberar a terroristas y asesinos.
El 28F, el país se libró de acuerdos bajo la mesa para evitar que grandes empresarios, que luego serían candidatos presidenciales, evadieran impuestos a cambio de favores; se acabó con los viajes de placer a costa del bolsillo de los salvadoreños, con las plazas fantasmas, con las ONG’s fachada para financiar el terrorismo, y un sin fin de abusos de una putrefacta, depravada y descompuesta clase política.
Dos años han pasado y el pulgarcito de América vuelve a sonreír. De ser el país más violento del mundo, al más seguro de todo el continente, “la reducción de tasa de homicidios más exitosa quizás en la historia de la humanidad”, rezan algunos comentarios de analistas políticos internacionales.
El cambio es tan evidente, que ha obligado a medios opositores nacionales y extranjeros a abandonar su discurso de engaño y aceptar a regañadientes la realidad: El Salvador ya no es el mismo de antes.
Mirémoslo así: dos partidos se han jugado en la cancha electoral y los dos se han ganado por goleada histórica. Pero queda uno más, quizás el último, el que acabe de una vez por todas con izquierdas y derechas.
Este último encuentro se juega nuevamente en febrero del próximo año, y tendrá a un invitado especial, uno al que siempre le habían prohibido jugar porque le tenían miedo, y con justa razón. El jugador que hacía falta, el que se tuvo que ir de su país por culpa de los que hoy enfrenta, pero que vuelve para hacer justicia y anotar todos los goles que sean necesarios.
Hoy, a 341 días del partido más importante, se respira verdadera paz, esperanza y alegría, El Salvador se siente más fuerte que nunca y no pretende dar un paso atrás en el camino de construir un mejor presente y un futuro más alentador.
En 11 meses y 5 días a partir de este 28 de febrero, entrará en vigencia el decreto más importante de todos: el de los salvadoreños.
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